Que pasa el tiempo dejándome llena de marcas y la tuya sigue siendo la más dolorosa.
Que hoy he vuelto a correr tras de ti, creyéndote caminar en una dirección diferente a la mía, mientras mi mente ilusa insistía en encontrarte... en creer que nunca te has ido.
Que corrí como una idiota por las calles confiando en que todo había sido una terrible pesadilla revivida cada año, rogando porque a la vuelta de la esquina te encontraría con los brazos abiertos, esperándome. Corriendo como si al final del camino alguien me fuera a devolver los gritos y las lágrimas derramas por tu ausencia. Como si alguien pudiera quitarme la angustia de contener tanta tristeza…
Te extraño tanto que mi corazón se niega a comprenderte.
Me haces tanta falta que aún me sigo haciendo daño, reviviendo esos momentos que no conocen del olvido. Que el dolor en mi pecho jamás se calma sino que a veces me niega el respirar… que el recuerdo sólo te hace más extrañable e inexorablemente lejana.
Sé que nunca se detuvo el dolor de las cicatrices en tu espalda, de aquellas alas que nos acompañaron al nacer. Que el desamor te jugó tantas malas pasadas que dejaste de creer, mientras tus ojos se volvían opacos, llenos de tantas vidas pasadas que nunca supe comprender...
Que al verte por última vez sólo quería gritarte y culparte por haberme dejado sola. Que mis lágrimas no salían de tanto sacudirte, tan fría, tan lejana: tan imposibilitada de defenderte. Que cuando me alejaron de ti me estaban desgarrando el alma, en una cicatriz enorme que toda la tierra lanzada sobre ti nunca pudo cubrir.
Estoy asqueada de saborear el remordimiento y nunca digerirlo.
Sigo golpeándome pensando en la llamada que no hice, en los gestos que tenía sólo para ti pero que no te entregué. Me gusta atormentarme pensando en cómo pude haber cambiado tu destino –y el mío- con sólo una palabra: con sólo mi negativa a tu eterna partida...
Hoy me has acompañado en lágrimas todo el día, Ximena...
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